viernes, 16 de octubre de 2009

MISA EN EL XXXV ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JORDAN B. GENTA


Martes 27 de octubre
20 horas
Parroquia Nuestra Señora de las Victorias
Paraguay 1204
Ciudad Autónoma de Buenos Aires



Se rezará por el eterno descanso de todos los que murieron a causa de la Guerra Revolucionaria desatada en nuestro país (desde 1959 hasta 1989) de ambos bandos.

lunes, 5 de octubre de 2009

Semblanza de Jordán Bruno Genta





Escribe Antonio Caponnetto


I. Mi nombre es la bandera jamás vista, impaciente de entrar en el combate
Gerardo Diego

Dirán las crónicas –y dirán bien- que Jordán Bruno Genta nació en Buenos Aires, el 2 de octubre de 1909; y que cayó asesinado por una banda marxista, el ERP 22 de agosto, en la vereda misma de su casa, el domingo 27 de octubre de 1974, rumbo a la Santa Misa. En plena guerra desatada por el Comunismo Internacional contra la Argentina, y militando activamente el caído “en el costado limpio de la batalla”; esto es, defendiendo a Dios y a su Patria.
Dirán que cursó su bachillerato en el Mariano Moreno, y que egresó filósofo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, cuando promediaba el año 1933.
Si se quiere seguir la fría línea curricular, anotarán los registros que llegó a ser Rector de la Universidad Nacional del Litoral, en la que se desempeñaba como profesor desde 1935; así como llegó a ser Rector del Instituto Nacional del Profesorado Secundario, en Buenos Aires, y Director de la Escuela Superior del Magisterio, en esta misma capital. Cargos todos a los que arribó en el momento inicial de la triunfante Revolución de 1943. Cargos todos de los que fue despojado, cuando dicho alzamiento militar traicionó su quicio católico y nacionalista, para dar inicio a la larga etapa populista, hegemonizada por uno de los personajes más crapulosos de la historia patria. La aristocracia política, intelectual y castrense le confió las riendas de la rehabilitación educacional que la nación necesitaba. La demagogia de los politicastros, los indoctos y los uniformados sin honor ni coraje, le arrebataron esa misma tarea que sensatamente le había sido confiada.
Casi como un signo de los tiempos que sobrevendrían, en 1945, año de graves derrotas, Genta fue dejado cesante, y desde entonces jamás ocuparía sitial alguno en la vida pública nacional. Tuvo posibilidades promisorias en el extranjero. Las desechó para permanecer asido con firmeza a su tierra doliente. Tuvo otros ofrecimientos directivos en el ámbito universitario. Los rechazó arguyendo que debían restituirle primero lo que injustamente se le había arrebatado .
En la pared de su despacho del Instituto Nacional del Profesorado Secundario, había colocado un retrato de Don Juan Manuel de Rosas. Lo sacaron las hordas que tomaron por asalto dicha casa, el 2 de abril de 1945; claro y triste mentís a quienes imaginan lineas histórico-políticas contemporáneas presuntamente continuadoras del rosismo. Por la misma época, y movido por similar odio ideológico, sufrió otro embiste en la Escuela Superior de Magisterio, al que respondió con notable entereza . Previamente, en 1941, el masón Silvano Santander, lo había declarado incurso en las llamadas “actividades antiargentinas”, grotesca bellaquería que agravia al fiscal, no al acusado.
Hito tras hito podríamos continuar así el relato biográfico, o por mejor decir, y para su gloria, de fracaso mundano tras fracaso mundano, que el éxito de los hábiles le fue esquivo y reacio, prefiriendo siempre la soledad en la Verdad al error en compañia. Soledad aneja a las privaciones,a la cárcel, a las persecuciones llegadas en abundancia, sin que se le escucharan quejas, ni mucho menos protestas al cielo.
Dirán más las crónicas si son minuciosas y gustan de las paradojas. Que Genta tuvo un padre ateo y anarquista, cuyas torvas convicciones buscó plasmar en el nombre elegido para su hijo. No pudo esta vez la sentencia marechaliana, recibiendo su nombre un destino propio, ajeno y contrario en todo al impío a quien intencionalmente remitía la paterna designación.
Otra paternidad impropia se la daría la universidad reformista, transida de materialismo y de positivismo, con personajes tan funestamente tutelares como representativos, tales Francisco Romero, Alejandro Korn o José Babini. A su turno –cuando el discípulo se le iba inexorablemente de las manos- cada uno a su manera intento el “rescate”. Que tomó las formas de una epístola admonitoria, de una visita inquisidora o de una tentadora beca en Francia. El rechazaba todo, presintiendo ya una filiación más alta. Le llegaría en 1940, cuando buscó voluntariamente el bautismo, en la Inmaculada Concepción de Santa Fe. Antes, claro, había optado por la Cruzada Española, oponiéndose a los rojos de alende y de aquende. Y un poco antes aún, había iniciado el derrotero intelectual hacia la Fe, releyendo a los griegos. De la paideia helénica pasó a la Paideia Christi, misterioso tránsito que no podría explicar en este singularísimo caso toda la sabiduría de un Werner Jaeger. Pero que retrató el corazón sacerdotal del Padre Eliseo Melchiori,cuando en las antípodas de Niesztche -que le reprochaba a Platón el haber tendido un puente de plata para que la humanidad pasara al cristianismo- se alegró de que “la admiración de la muerte de Sócrates” hubiera suscitado en Genta “una ascensión indescriptible” que lo llevó “al comentario estremecedor de las siete palabras de Cristo en la Cruz” .
Buenos sacerdotes y laicos notables hicieron lo suyo, muy especialmente en Paraná. La gracia, como simpre, hizo lo más importante. Su admirado Coriolano Alberini, habría dicho al verlo bautizado, aquello que escribió en su Axiogenia: que “los valores surgen cuando la vida ha llegado a una conciencia de sí, y se manifiestan plenamente a la persona humana”. Al converso Genta - extraordinario caso argentino de una metanoia personal con universales resonancias- esos valores se le encarnaron en bienes, y tuvo desde entonces la conciencia plena de que cabía vertir la sangre en su custodia.
Estará bien, reiteramos, que las crónicas hagan los suyo y nos aproximen informaciones sobre su vida ejemplar. Pero creemos que a un hombre se lo conoce por sus amores, por su palabra, por su pensamiento, por sus frutos y por su muerte. Acerquémosnos a cada una de estas posibilidades.

II. Para conocer a un hombre, pregúntale lo que ama
San Agustín

Genta amaba a Dios Uno y Trino. Al Dios que crea las cosas nombrándolas, al Dios Verdadero de Dios verdadero, como lo definió Nicea. Al Dios que en Cristo se hace pobre, sin dejar de ser Rey. A la Iglesia, a la que se había injertado en la madurez de la vida. Por eso su dolor fue tan grande ante la secularización y el falso ecumenismo, ante la cobardía de los pastores y la traición del clero, ante la herejía progresista y el silencio ominoso de quienes deberían haber hablado antes, mejor y más rotundamente.
Amaba a la Patria, bien que no se elige, sino que se hereda y se impone. Bien cuyo “perfil esencial” calificó de hispano y de católico, sin olvidarse de las raíces helénicas y romanas. Por eso fue también grande su dolor al constatar la servidumbre en que se hallaba, el caos en que se hundía, la noche ruín en que se asfixiaba. Y llamó a los responsables de tan grande mal con adjetivos durísimos, convocando a la resistencia y a la lucha, sin renunciar a la esperanza.
Amaba al hogar, porque “brinda la intimidad y protege el pudor de los miembros en un ambiente recoleto y vedado para los extraños”. Porque “allí y solamente allí, se atiende el peculiar modo de ser y se perfilan los caracteres. El más fuerte lleva la carga de los débiles, y se consuman en silencio los mayores sacrificios” .
Amaba asimismo el paradigma del amor cristiano, expresado en la unión de los esposos, en la fidelidad de los amigos, en el cuidado de los hijos, en la lealtad de los camaradas, en el esplendor de los arquetipos, en la promesa de los discípulos, y por sobre todo en su máxima expresión:el Verbo mismo, Cristo Crucificado y Resucitado. Por eso su dolor aumentaba si crecían, como crecían, las expresiones de vulgaridad y de plebeyismo, de ordinariez y de promiscuidad en las costumbres. “Cuando nos leía y comentaba textos de Castillo de Bovadilla sobre la nobleza, descubría el rostro auténtico de la sociedad, lo que debiera ser por mayor fidelidad a la idea divina” .
Amaba la Universidad. Por eso su dolor al verla sin ciencia y sin logos, sin jerarquías ni sabiduría humana, huérfana de theoria y sumida en el más burdo ideologismo disociador. Desaristotelizada, para decirlo con un término por él acuñado, que gustaba repetir y lo condensaba todo. Porque si no está Aristóteles no está Occidente. Y si no está Occidente no está la Unidad del Saber.
Dios, Patria y Hogar: la síntesis de sus amores y de sus dolores, la tradicional divisa.
Si el Dios amado le era un familiar, por la virtud de la parresía. Si la patria amada lo era con amor filial, fraterno y esponsalicio, por la virtud de la pietas; el hogar amado era Iglesia Doméstica, por la virtud de la abnegación sin reservas. Allí lo conocimos, haciendo realidad aquello que Anzoátegui diría de Chesterton, otro hombre-vida:

Creía en el milagro del pan y del tocino,
y en la luz clamorosa que se oculta en el vino,
y en el hada Morgana y el guerrero cruzado,
y en la Virgen María y en el Verbo Encarnado.
Y llegaba a las cosas, y les daba su nombre,
Y las cosas estaban al servicio del hombre.


Amaba la Verdad, el Bien y la Belleza, de un modo principal, categórico, dominante. Verdad crucificada, que con San Juan quería izar sobre lo Alto, para que todos la contemplaran (Jn. 12,32). Bien que deseaba extender a sus compatriotas, para quienes reclamaba un “trato de honor”, cualquiera fuese el puesto o la misión desempeñada; Belleza que empezaba por manifestar en ese decir inigualable, ejercitado como un hábito en todas las circunstancias de la vida. Nada menos que Hugo Wast salió a reconocérselo: “Tiene Usted una prosa rica y profunda, como si fuera de bronce de Corinto, ese rico metal, producto del incendio de la ciudad, en que se fundieron y mezclaron todos los metales, desde el acero de las espadas, hasta el oro y la plata de los vasos sagrados” .
Amaba Genta a las Fuerzas Armadas de la Nación, cuyo encomio trazó en la línea lugoniana. Por eso le estremecía de espanto verlas reducidas a un manojo de profesionalistas asépticos, conducidas por badulaques, o hueras de una doctrina de guerra contrarrevolucionaria. Por eso no aprobó nunca que sus integrantes recibieran la orden de enfrentarse clandestinamente contra el terrorismo, o que optaran por combatir a los guerrilleros oculta y aviesamente, con sus mismos métodos. “No”, dijo, “esa manera de actuar es inadmisible. Si tiene que defenderse y combatir, el cristiano debe hacerlo en la luz y a cara descubierta, y no desde la sombra y con el rostro encapuchado. Los que tienen que desplegar la lucha armada son los integrantes de las Fuerzas Armadas de la Nación, quienes deben apresar abiertamente a los guerrilleros, juzgarlos públicamente según las leyes de la guerra, condenarlos públicamente y, si fuese posible, ejecutarlos públicamente” . Amaba al fin , si se nos permite la redundancia, todos los modelos egregios del amor cristiano, desde el de los conyuges hasta el de los santos y los héroes. Y supo amar la buena muerte, que quiso, pidió y ofreció a Dios para sí mismo, siendo escuchado. Porque si algo merecía este varón singular, era morir en combate.

III . Luchador denodado contra una civilización cabalística
Padre Julio Meinvielle

Junto con sus amores esenciales, a un hombre, decíamos, se lo conoce en segundo lugar por su palabra, su conducta y su estilo.
Su palabra tenía el peso del acero, la altura de la estrella, la exactitud de la geometría. Urgente y urgida, impetrante y profética, ora arenga, ora parábola, testamento o lección magistral. Remontaba vuelo, pero sabía volver al valle para dilucidarnos las necesarias cuestiones terrenas. Era el Orador del Verbo, el Orador de la Cruz en la dura cuaresma de la patria.
Su conducta no conocía dobleces. Fue tenido por unos y otros como principista, intransigente, demasiado duro, excesivamente ortodoxo. Es el modo en que los rectos celebran y agradecen el comportamiento de los hombres eminentes; y es el modo en que los inferiores destratan a quienes no son tan tibios ni tan mediocres como ellos. Leída a derechas, le cabe la sentencia de Saint Exupery : “amo el agua pura y el vino puro, pero hago de la mezcla un brebaje para castrados”.
Nunca aconsejó cuidarse. Nunca escogió conservar el puesto, ni admitió aquellos en todo incompatibles con la extrema coherencia. Nunca sacrificó la publicidad de la Verdad a la privacidad de los propios intereses. Nunca lo arredró saber que los enemigos no perdonan. Prefirió vivir un día de león a cien años de cordero. Eligió con Castellani “los cien pájaros volando al uno en mano”. “Mí cátedra es mi palabra”, nos decía. “Y también es mi vida. Mi palabra me compromete a mi solo. Yo no hablo respaldado por ninguna institución, ni por ninguna fuerza”. En efecto, lo cuidaban los arcángeles. Hasta que ellos mismos, aquel domingo de octubre, le cerraron misericordiosamente los ojos.
Su estilo era alegre y optimista, jovial sin desbordes innecesarios, paternal sin afectaciones, afable y vehemente, generoso y caballeresco, galante y expansivo. Y porque sólo el humilde está en la Verdad, al buen decir teresiano, tenía Genta conciencia de sus debilidades y de sus dones. Si no alardeaba por estos últimos, tampoco simulaba no tener las primeras. Del famoso estilo prusiano que retrató Spengler, de seguro se le aplican dos atributos: la ordenación aristocrática de la vida, y el carácter que se rige a sí mismo.
Lo recuerdo entregándome un valioso libro revisionista, que sacó de su biblioteca, para que yo pudiese replicar la zoncera de un profesor. Cuando quise restituírselo, me dijo apenas ésto: “yo no te lo he pedido”. Y comprendí que era un regalo. Lo recuerdo manuscribiéndome la Oración del Paracaidista Francés, para que supiera qué cosas conviene pedir y cuáles no. Lo recuerdo en un andén de Constitución, esperando un tren del interior que no llegaba nunca, desplegando una lección magnífica sobre el ejercicio de la paciencia. Lo recuerdo recitando a Baldomero Fernández Moreno, ante el nacimiento familiar de una sobrina llamada Marcela.”¡Marcela, nombre de pastora y de princesa!”, repetía entonces con su voz bizarra. Casi como los hexámetros de Homero,o los pareados del juglar cidiano, podía improvisar y reiterar musicales frases ante determinadas situaciones. Era su cultivo de la eutrapelia. Lo recuerdo enojándose en una reunión doméstica, por haber preferido la gaseosa al vino, asegurándome que esas conductas serían penadas severamente en tanto ocupase la primera magistratura. Lo recuerdo una tarde veraniega, en una casaquinta, intentando unos fugaces malabares futbolísticos, ante el tierno reproche de su mujer, que lo ponía en aviso sobre el ineluctable paso de los años. Lo recuerdo erguido, enorme, protector, recibiéndome con mi futura esposa en el escritorio de su casa. Lo recuerdo –y no quiero olvidarlo nunca- cuando desplegaba su arte retórica, y las voces se hacían plegaría y poesía, saetas y tacuaras, laureles y tambores. “Nada grande en la vida se ha hecho sin pasión”, repetía con Hegel. La tuvo ordenada al logos, y por eso mismo fue hacedor de cosas grandes.
En tercer lugar, un hombre se conoce por su pensamiento.
Genta pensaba –y lo reiteró en su última conferencia- que “lo que necesita un pueblo es teología y metafísica”. Casi lo que había dicho Don Juan Manuel en su austero destierro, mate en mano: “lo primero que necesitan los pueblos es la calma y el silencio”. Pensaba que una íntima juntura une a la polis con el alma, no siéndole indiferente a aquella el movimiento ascendente o descendente de ésta. Pensaba que en materia antropológica sólo queda una opción de hierro: “un hombre dominado por sus impulsos y pasiones, o un hombre libre, que vive como San Francisco, muere como Sócrates, se destierra como San Martín, desface entuertos y venga agravios como Don Quijote, o colma su vigilia de serena sabiduría, como Aristóteles” . Pensaba en suma, que las dos banderas y las dos ciudades lo recorren todo, obligándonos a optar a cada paso. Los sofistas o el filósofo, las ideologías o la Idea, el Manifiesto Comunista o el Sermón de la Montaña, la escuela laica o la Pedagogía del Verbo, el ideal utilitarista o la preeminencia de la vida contemplativa, la concepción burguesa de la existencia o la consigna de Job, la trilogía jacobina o las tres virtudes teologales, la habilidad o la sabiduría, la masa o los arquetipos, la vida cómoda o el combate, la Revolución Mundial Anticristiana o la Doctrina de Guerra Contrarrevolucionaria; el populismo clasista y socialista o “un nacionalismo católico y restaurador, jerárquico e integrador, cristiano y argentino en su contenido y en su estilo” .
Como se advierte, el pensamiento de Genta, no se limitaba sólo al orden político, y aunque fue el ámbito en el que más repercusión tuvo, o por el que mayormente se lo conoce, la verdad es que se prodigó en otras disciplinas, tales la psicología, la filosofía, la teología, la sociología y la metafísica. Tengo ante mis ojos un cuaderno suyo, manuscrito, con las cien primeras páginas de un Tratado de Cosmología, que quedó trunco e inédito. Sus reflexiones iniciales son sobre Heráclito, las últimas que llegó a escribir trazan un cuadro comparativo entre Santo Tomás y Duns Escoto. Con justicia pues,valoró filosóficamente su obra nuestro admirado Alberto Caturelli, quien lo llamó “caudillo socrático cristiano” .
Todo este tesoro de sabiduría clásica, tradicional y católica, lo desplegaba Genta en su casa, despojado que fuera como vimos, de cualquier apoyo institucional o de respaldos estructurales. En esa casa podía encontrárselo, trabajando austeramente durante largas horas. Al verlo así, volcado sobre sus papeles y libros, era imposible no traer a la memoria esa descripción que hiciera José Antonio de la figura de Mussolini, cuando lo visitara en Roma. Estaba firme, “laborioso junto a su lámpara, velando por su patria, a la que escuchaba palpitar desde allí como a una hija pequeña”.
En ese mismo ámbito se veló su cuerpo, ya sin vida. En la cabecera del ataúd, la imagen de la Virgen, con un sable a sus pies. A la diestra una lanza, ensortijada con la cinta federal y el banderín argentino. Sobre su pecho amortajado, once rosas de sangre mártir, que se negaban a cicatrizar. Era el icono mismo del nacionalismo católico, el emblema de la victoriosa muerte martirial. Como en Jalisco, en La Vandée o en Alicante, pero en la Ciudad de la Santísima Trinidad, con nosotros de emocionados e indignos testigos.

IV. Por los frutos los conoceréis
Mt. 7, 16

En cuarto lugar, si no hemos perdido el hilo de este relato, decíamos que un hombre se conoce por sus frutos. Delicada cuestión.
Se ha dicho muchas veces que esta concepción de la vida, de la política y del magisterio que propiciaba Genta, resulta estéril a causa de su principismo, de su aferramiento a la theoria, de su ninguna inserción práctica o aplicabilidad inmediata. Se ha dicho que su prédica era inmovilista, en tanto rechazaba la praxis partidocrática, la acción pública en alguna de las variantes que el Régimen ofrece. Sin embargo —y he aquí la paradoja que queríamos resaltar— por ser cabalmente un theorico, era el hombre que mejor disponía al obrar. No al hacer, a la mera empiria o a las componendas y enjuagues, pero sí a las conductas coherentes, osadas, viriles. A las cruzadas, si fuera menester. Por eso - y es curioso cómo el enemigo reivindicó sin querer el orden natural- cuando el terrorismo marxista se resolvió a matar a nacionalistas católicos, empezó por Genta, por la cabeza, por el Maestro. Empezó, como corresponde, por el logos. El inmovilista era el que les perturbaba, precisamente porque con su ideario estable y perenne ponía en movimiento las inteligencias y los corazones. Los otros, los praxeólogos de toda laya, ubicuidad y oportunismo, los publicistas de la conveniencia de la contemporización, los propagandistas de las ventajas que trae el “infiltrarse en el sistema”, los componedores de mil fintas para obtener algún cargo, los eternos justificadores del arribismo, jamás fueron molestados. Sabedora es la refranera pólvora de que ella nunca debe gastarse en chimangos.
En sus enseñanzas, solía reparar Genta en un texto de Hegel, en el cual, más allá de los extravíos, el vigoroso pensador alemán acierta magníficamente. Es aquel extraido de las Lecciones sobre Historia de la Filosofía en el que se afirma que si alguna necesidad de defensa tuviera la “utilidad” de la filosofía especulativa, bastaría acercarse a las hazañas y a las gestas de Alejandro, el gran discípulo de Aristóteles: ”la grandeza de espíritu y las grandes empresas de Alejandro son el más elevado testimonio del óptimo resultado y del espíritu de tal educación (contemplativa), si Aristóteles tuviera necesidad de tales testimonios. El sólo hecho de haber formado a Alejandro basta para disipar todas las charlas acerca de la inutilidad de la filosofía especulativa”.
Y bien, algo análogo cabe decir de Jordán Bruno Genta. Y no lo decimos nosotros, lo reconoce expresamente el enemigo. Cada vez que se detecta o se teme una reacción heroica, extrema, audaz, contra la subversión marxista, la subversión económica o la que fuere, empieza a circular el fantasma de Genta, como inspirador, teórico o doctrinario de tamañas actitudes. Cada vez que se sospecha o se quiere instalar la sospecha de un levantamiento castrense, se saca a relucir la peligrosidad del gentismo. Cada vez que se publica un libelo contra la militancia nacionalista, es Genta quien se lleva las palmas de los odiados y temidos. Cada vez que en los institutos militares se efectúan las consabidas requisas bibliográficas, de Genta son los libros prohibidos y confiscados. Y cada vez que se busca una explicación de esa epopeya gloriosa qué fue la guerra aérea en las Malvinas, vuelve a sonar el nombre de Genta, no sólo en boca de los pilotos más valientes, sino también en boca de los ingleses que han tenido que reconocerlo sin eufemismos. Abrase con alborozo, a modo de ejemplo, el libro de P. Eddy, M.Linklater y otros periodistas ingleses, titulado The Falklands War, editado en Londres, en 1982, y traducido al castellano como Una cara de la moneda. En el capítulo diecisiete, titulado El mirlo y el halcón, dicen claramente estos señores, que las convicciones espirituales de los pilotos argentinos para lanzarse a la desigual batalla con el arrojo y la pericia con que lo hicieron, las fueron recibiendo del magisterio de Genta “autor prolífico, que defendía la devoción no a la Constitución sino a Dios y a la Patria” .
Los denostadores de los teóricos, los críticos de los principistas, los de lengua fácil para enjuiciar purezas doctrinales desde sus maridajes ideológicos, debería reparar siquiera un instante en el valor de este ejemplo y en el ejemplo de este valor. Resuenan todavía sus palabras, entre aquellos que no se rindieron: “Si queremos liberar a la Patria en Cristo y nuestra opción política es el Nacionalismo cristiano, debemos comenzar por nuestra libertad interior, renovando los afectos, bienes y poderes en Cristo Crucificado. Desprendidos del propio yo y de todo lo que poseemos, amaremos a la Patria y al prójimo con un amor trascendente, despojado de todo carácter posesivo y que no busca nada suyo. Amaremos como Cristo nos amó, con una disponibilidad sin reservas para el servicio y con un espíritu de sacrificio que todo lo da sin esperar nada. Tan sólo así venceremos al mundo como lo venció Cristo. No tendremos en cuenta el éxito, sino el testimonio de la verdad y el ejemplo de los hacedores de la Verdad. El Nacionalismo que no se propone reconstruir a la Patria en Cristo, no es conforme con la realidad ni con la verdad del hombre; no es tampoco conforme con el origen, la raíz y la esencia del ser argentino. Perder en esta cruzada es todavía ganar, porque del fracaso y de la derrota irradia una ejemplaridad triunfal y arrebatadora sobre las generaciones futuras” .
Los frutos del pensamiento de Genta son esos jóvenes que han encontrado su vocación religiosa, filosófica o militar en las páginas de sus libros. Esos docentes que se conducen en sus tareas diarias sabiendo que existe una pedagogía cristocéntrica. Esos sacerdotes que tienen su sacrificio por modelo de conducta. Esos amigos, discípulos y camaradas que envejecen hidalgamente, guardando –memoriosos y nostágicos- los pormenores de su aleccionadora compañía. En estos treinta años que lleva ausente, la Divina Providencia nos ha permitido constatarlo. De viaje en viaje, por el Litoral o por Cuyo, por el Tucumán o por Córdoba, por el duro Chaco, la antañona Santiago del Estero o la señorial Santa Fe, por todos los rincones de la patria asoman y florecen los frutos espirituales de Jordán Bruno Genta. Todavía hoy recuerdo estremecido, cuando en el cuarto de su parroquia, en General Alvear, provincia de Mendoza, me encontré con el retrato del maestro,que celosamente había colocado el Padre Reynaldo Viveros. El mismo que lo había acompañado cuando estudiaba en el Seminario de Paraná. Otro tanto hacía el Padre Quintás, en su modestísima vivienda santiagueña. Los dos curas han muerto. Pero vivieron proclamando entre los suyos una filiación intelectual que sabían comunicar gozosamente.


V. ¡Ni una lágrima! ¡Sin tristeza!
que la guerra
se dirige desde el cielo
mejor que desde la tierra.
Rafael Duyós

Por último, conocemos a un hombre por su muerte.
Toda vez vez que se pierde el anhelo superior de conquistar la grandeza, se está ante un signo inequívoco de irremisible decadencia. Rotos los vinculos que entrelazan la vida con su Origen, las naciones y los hombres quedan de espaldas a Dios e inmersos en la nada. Entonces, sólo los elegidos son capaces de reaccionar, y sostener la mirada fijamente en el vértice exacto del que nunca debió descenderse. “Pocos hombres”, dirá Rilke,“sienten ascender en ellos un impulso de obrar tan fuerte como para erguirse con ardor en la plenitud de su corazón; quizás ocurra en los héroes y Ios elegidos del prematuro tránsito.” Tal es el caso de Jordán Bruno Genta.
Signado por la Gracia de Dios, mantuvo fidelidad a Su Palabra en medio de la Gran Apostasía. Miró el abismo, más no para caer en él, sino para cruzarlo con la intrepidez del águila; y cruzándolo lo convirtió en peldaño hacia la eternidad. Así encaró la muerte, como el cruce de un abismo necesario que conduce a la infinitud. En tan augusta e irrepetible circunstancia, oyó el consejo de Agustín de Foxá:

Para la muerte, hermano, te vestirás de fiesta,
haciendo honor al limpio linaje de tu casta

Quien así moría era el mismo que frente a la corriente que todo lo envuelve en su cambio, había reivindicado el sentido de la Permanencia; y frente a la tentación del devenir nihilista opuso el valor de la identidad. “No os importe que los demás os contradigan” –arengó cierta vez a los jóvenes- “sólo debe preocuparos como a Sócrates no estar en contradicción con vosotros mismos”
Dolíale la Patria, a la que entregó su inteligencia clara y su pasión fogosa, y en los umbrales de la plenitud, como vemos, la propia vida. Porque por encima de todo compromiso en el tiempo, estaba la férrea religación con la Verdad que no tiene tiempo. Sabía y enseñaba que “no hay ni puede haber Argentina Soberana sin que Cristo y María reinen en ella “, pero para aspirar a tan empinada condición era necesaria la disposición al sacrificio. Y la tuvo.
Alguien muy próximo a él en el afecto, su esposa Lilia, había dicho, dolorida por la constatación, que no eran aquellos tiempos “de églogas, rimas y redondillas”.“Antes será el Combate y el entrevero, la tierra dura resquebrajada, el aire que huele a pólvora, aguas del río bajando rojas, y cada espina de los pencales de la montaña, goteando sangre. Cuando la espada corte los invisibles hilos del aire, sobre la tierra rescatada, será de nuevo -rosa inasible- la poesía”. Acaso fue un presentimiento, pero llegaron gotas de sangre y aires quemados, como llegaron, tras el martirio, los primeros poemas. Escribió el Padre Renaudiere:

El muerto estaba allí
en la colina viva,
el pulso de los verdes
crecía entre sus manos,
en la colina viva.
El ponía su antigua raiz
en el rio inviolable.
Y crecía.
Todo el bosque ascendía
hasta su boca abierta.
Todo hallaba desde sus labios puros
el nombre y su palabra.
Allí todo crecía.
Y el cuerpo, tan despierto
en las colina viva

Jordán B. Genta oyó a San Pablo. Y salió -heraldo nuevo para una proclama antigua- a predicar “oportuna e inoportunamente”. Jamás lo sujetaron moderadores consejos, pero nunca tuvo un gesto de arrogancia. Claro en sus convicciones, nos enseñó con el martirio libremente asumido, que no hay redención sin sacrificio, pero “ese sacrificio del hombre”, ratificaba, “tiene que ser partícipe por la Gracia de Dios, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo para ser vencedor incluso en la derrota, y para que la vida verdadera surja de la muerte con nitidez fulgurante en la Esperanza Sobrenatural”.
Hay que volver una y otra vez sobre las reflexiones de Genta a propósito de la figura de Monseñor Tiso, para entender su propia figura y su muerte mártir.
Paradigmática es la alabanza que hace Genta del gran eslovaco, como emblema de una genuina política de soberanía física y metafísica. Paradigmáticas las razones en virtud de las cuales enseña que todo hombre de honor debe rechazar el éxito del mundo y homenajear a los grandes derrotados, a aquellos que a imitación del Señor, han resultado vencidos aquí abajo, por no abdicar de las cosas de arriba. Sin proponérselo se está retratando a sí mismo. “¡Qué deferencia más señalada!” –nos dice- “¡ser convocado para honrar a un vencido en la tierra!”. Es el alegato de un hombre superior que ha penetrado en la concavidad más recóndita del secreto del Calvario. La confesión, casi inefable, casi incomunicable, de quien ha visto de cerca la silente victoria del Viernes Santo. Es la inauguraciónb trascendente de la mañana y del gozo, tras la mera inmanencia de la pena y del crepúsculo.
Pero algo más veía Genta cuando hablaba de su admirado Tiso. Tuvo “un destino envidiable” –proclamaba delante de sus compatriotas exiliados que lo escuchaban como a un maestro- “porque mereció el triunfo y la gloria del martirio. ¡El martirio, esa buena muerte, esa preciosa e insuperable muerte donde empieza la vida sin muerte!. Y largos años después de estas palabras, volviendo con fidelidad a rendirle homenaje al sacerdote caído, insistía con tono impetrante: “permanezco en el mismo lugar en que estaba entonces, y espero que la muerte me encuentre, en esa definición católica y nacionalista que profeso, y a la cual he consagrado mi vida” .
La muerte lo encontró a Genta como él quería. Y la tuvo “buena, preciosa, envidiable e insuperable”, cual la había descripto hablando de Tiso. Premonición misteriosa. O deseo recto y ardiente que se alcanza por merecimientos propios. O inspiración bajo el auxilio de la gracia, si se prefiere.
Si los mártires de los últimos tiempos, dice San Agustín, no serán reconocidos como tales, no nos extraña el silencio inexplicable con que se rodeó y se sigue rodeando la ejemplaridad de su martirio desde los ámbitos eclesiásticos. Es lo propio de una jerarquía dúplice y medrosa, enferma de sincretismo, de pusilanimidad y de no pocas heterodoxias graves. Intentado que se hubo el inicio de la causa de la canonización, teniendo en cuenta que es un hecho probado que murió por odio a la Fe, la Comisión Arquidiocesana Para la Causa de los Santos , en carta del 24 de marzo de 2000, le respondió formalmente al Dr. Edmundo Paris –postulador de la causa- “que dado el carácter político de la personalidad del Profesor Jordán Bruno Genta, no es posible aún recomendar al Señor Arzobispo que acceda a lo solicitado”. Como si centenares de santos no hubiesen alcanzado los altares, precisamente a causa de su carácter político, esto es de su abnegada entrega al bien común. Como si la personalidad de Genta pudiera quedar ceñida al ámbito partidario. Como si la doctrina del nacionalismo católico, tal como él la predicó y ejercitó, fuera obstáculo para la beatitud. Es extraño que estos mismos pastores promuevan la canonización de un Angelelli, obviando su caracter político, explícitamente ligado al terrorismo marxista, y hasta trocando su fatal accidente automovilístico en un atentado. Es extraño, pero ya no inhabitual en los desgarradores tiempos que vivimos. Entretanto, “el Señor Arzobispo”, al que “aún no se le puede recomendar que acceda a lo solicitado”, honra al cabalista Maimónides, y festeja el Año Nuevo Judío en el Seminario Rabínico Latinoamericano.
Pero más allá de las erráticas consideraciones del mundo, Jordán Bruno Genta ha sido reconocido por Dios en el Cielo como soldado e hijo digno. Y él, que desde el Alcázar de su Cátedra tantas veces había enseñado a morir “como un acto de servicio”, al llegar al cielo, bien pudo haberle dicho a Dios, parafraseando a Moscardó,“sin novedad, Padre...”
Esta es la verdad. Amaba Genta la buena muerte y la obtuvo como premio. La deseaba y la pedía para sí con una insitencia que tiene sabor a premonición, a misteriosa anticipación de un destino heroico, a clarividencia diáfana de la misión que Dios le había encomendado. Cuando al fin le fue concedida, la recibió con la naturalidad de un sacramento. Se persignó primero, para caer depués sobre el asfalto, a la vera de esos mismos árboles que se entreveían mientras él daba sus clases. Le es imposible a un alma sana, dejar de sentir aún el estremecimiento ante tamaño desenlace. Un hombre solo, sin cargos ni poderes, sin funciones públicas ni puestos influyentes. Un hombre solo y derrotado para el mundo; un hombre con su palabra preñada de verdad y de belleza, era el enemigo que molestaba al Régimen. Y el Régimen, a través de sus sicarios de turno –lo mismo dan sus siglas o divisas- se deshizo de él un domingo de octubre.
Iguales o peores son hoy las circunstancias. Peores si se admite que una corrosiva falsificación de la historia reciente, operada por los medios masivos en manos exclusivas de las izquierdas, agrega su cuota de perversión sobre una sociedad confundida hasta las heces. Sobre una patria por la que ya no bastan los ojos para llorarla, ni el corazón para sentirla herida. Sobre una Iglesia prevaricadora en muchos de sus conductores y de sus miembros. Sobre una Universidad y unas Fuerzas Armadas disueltas y vencidas, sin norte ambas, sin prestigio ni honor ni decoro.
Queda imitar a Genta. Aún en la soledad y en la adversidad, en la travesía y en el desamparo, en la zozobra y en el naufragio. Es posible el testimonio de la inteligencia y de la voluntad. Es posible querer convertirse en testigo. Y el derramamiento de la sangre de los justos, traerá la victoria que no puede llegar sino de esta manera.
“¡Felices los insurgentes!”, le cantaba Pierre Pascal a Maurras, en uno de sus logrados sonetos. “¡Felices los puros, los reprobados, los insumisos, los defensores! ¡Felices los muertos por incendiarse el corazón! ¡Felices los encarnizados hasta los últimos cartuchos! ¡Felices en Don Quijote, los que han preferido, riendo del mañana, vivir a ojos, boca y pulmones llenos!”
Feliz Jordán Bruno Genta, a quien se pueden aplicar estos versos exactos. Y ¡ay de nosotros!, y de lo que por nosotros el bien común dependa, si no somos capaces de recoger su espada, su bandera y su Cruz.


VI. Que Dios te dé el descanso eterno y a nosotros nos niegue el descanso
José Antonio

Nadie puede abandonar lo que ha creado sin quedarse en la creatura. Enigma insondable que sólo descifra el amor, “regalo esencial”, por el cual el milagro de la trascendencia se hace inteligible. Inmóvil secreto que expresara San Agustín cuando decía: “El alma está más donde ama que en el cuerpo que anima”. Esta facultad del alma -asirse a lo que ama, fundirse en lo creado- sobrevive a los años y a la muerte; más aún cuando se ha muerto mártir, que es la forma más alta de morir.
El martirio, acto supremo de amor, don de la sangre, coloca al hombre en imperecedera situación de presencia. Despojado de todo, el mártir nos entrega día a día el ropaje asombroso de su desnudez intacta. La huella de su paso colma el hundido centro de la ausencia. Por eso, y tras tres décadas de su muerte, no se trata de recordar a Genta con dolor, sino de recrear alegremente su presencia.
Debemos heredar para la Patria esa presencia vibrante, ese imperioso legado de cuya plena realización depende el destino nacional. Porque en la encrucijada argentina sólo sigue quedando una opción salvadora, la que él entreviera cuando predicaba que aquella sentencia de Cristo, el “sin mí, nada podéis hacer”, vale tanto para los hombres como para las naciones. De ahí la inutilidad de todo planteo ideológico que desconozca la raíz teológica. De ahí que dijera una y otra vez: “si queremos liberar a la Patria, y nuestra opción política es el Nacionalismo, debemos comenzar por nuestra libertad interior renovando los afectos, bienes y poderes en Cristo Crucificado. Desprendidos del propio yo y de todo lo que poseemos, amaremos a la Patria y al prójimo con un amor trascendente, Amaremos como Cristo nos amó, con una disponibilidad sin reservas para el servicio y con un espíritu de sacrificio que todo lo da sin esperar nada”.
Así hablaba Genta, con “el divino ardor de la palabra que arrebata y entusiasma, para vivir con sentido de grandeza hasta las mas ínfimas de las tareas cotidianas”. Lo escribió a propósito de la correspondencia entre San Martín y Rosas, instando a los jóvenes a que la leyeran. Ahora nosotros le aplicamos a sus escritos sus propias y edificantes palabras. Porque fue la mirada fiel a la Mirada que no transó jamás con la mediocridad y la mentira. Fue la conducta vigilante, tensa, del que sabe que sólo tiene sentido despertar ante Dios. Fue la violencia de la Verdad, ante el escándalo de los timoratos, que no comprenden que “el Reino de los Cielos es para los violentos”. Y fue bien lo sabemos- el centinela sin relevo de la Patria, que desde la atalaya de su verbo profetizó los males que la estaban acechando. El mostró reiterativamente la dañina propiedad de la democracia para subvertir a la Nación. Y lo hizo anticipadamente, mientras muchos contemporizaban o cedían. Pero su voz no se tuvo en cuenta, pues por ella hablaba la Argentina antigua, heroica y teologal;y la Argentina Oficial, esa del cuarto oscuro y los comicios, no quería ni podía escucharlo. Por eso lo silenciaron, y sin saberlo, fue la primera vez que le dieron la palabra.
Los asesinos, víctimas de su propia concepción zoológica, jamás alcanzarán a comprender que, pese a ellos mismos, fueron instrumentos en el plan de Dios. Por que él debía morir así: de pie, persignándose, su talla de gigante entre el cielo y la tierra, a plena luz del día, en un acto de servicio, “sosteniéndole la vista a la derrota”. Por eso tampoco nos quejamos. Aprendimos al fin a recitar la difícil Oración del Paracaidista que nos entregara en plena adolescencia: “...Quiero la inseguridad y la inquietud, quiero la tormenta y la lucha, y que tú me los des, Dios mio, definitivamente...” Nosotros, que reivindicamos la vida incómoda y el paraiso implacable, estamos muy lejos de enhebrar jeremiadas.
¿Qué diría hoy Genta si viera el actual estado de descomposición? Creemos que nos conduciría hacia un rincón de su biblioteca. Allí donde guardaba las fatigadas obras de Platón. Y abriéndolas en las páginas del Fedón, nos leería con su voz sonora aquello de que “el hombre está en el mundo como un centinela, en un puesto que no puede abandonar sin permiso de Dios”, y que entretando, “la sabiduría es la única moneda de buena ley por la que se deben abandonar todas las otras”. O que tal vez nos recordaría aquel pasaje tan aplaudido de su última conferencia: “La Argentina que yo quiero, es una Nación como aquella que ya existió, como aquella de los años 1848-49-50, cuando la más poderosa potencia del mundo. Inglaterra y luego Francia, una con Southern, la otra con Lépredour, firmaron con Arana, con Juan Manuel, los tratados más honrosos de la historia argentina. Yo quiero una nación como aquella que un día, todo el pueblo porteño fue convocado al puerto, y ante ese pueblo de varones y mujeres fuertes, entró en la rada la fragata inglesa Harpy, arrió el pabellón inglés, enarboló el pabellón argentino y lo desagravió con veintiún cañonazos”. Por esta Argentina y por este magisterio, seguimos en combate.
Supo escribir Gerardo Diego ante un muerto cercano y encomiable, que era “vergüenza vivir cuando los buenos mueren”. Que abajo, quienes quedamos, “cantamos y cortamos las flores del poniente”. Mas “las del alba tú solo las cosechas, celeste, del jardín de la vida, tras el mar de la muerte”.
Allí ha de estar entonces, ya sin sombras de dudas, en el altísimo prado, Jordán Bruno Genta, cosechando las flores del alba. Porque Dios así restituye la gloria a quienes lo sirvieron en vida.
Nosotros aquí, a despecho de tantas persecuciones e incomprensiones, de tantas soledades y pruebas, queremos continuar el camino que nos trazó con su ejemplo. Precisamente porque los tiempos son difíciles, porque los recursos son pocos, porque los desertores abundan y los cobardes acechan. Precisamente porque pareciera que está todo perdido y queda por ganar la vida eterna lidiando contra el Maligno. No es mal destino, si se sabe ser dócil a las ultimidades de la historia.
Nosotros aquí, una vez más. Escuchando –como los soldados de Enrique V en vísperas de San Crispín- la promesa magnífica y certera reservada a los que sean capaces de jugarse sin reservas: sus nombres serán resucitados por el recuerdo viviente de los descendientes, y serán saludados con copas rebosantes. Los que no hayan participado de la contienda se sentirán viles, y los protagonistas –aún tumbados- serán ennoblecidos por el coraje.
Nosotros aquí, en este cotidiano entrevero de querer recordar y emular al testigo de la verdad. Para no sentir “vergüenza” de seguir viviendo. Hasta que la flor del alba –señera, firme,altiva- reverdezca luminosa regada con nuestra propia sangre.

El rio de tu nombre es sacramento
-la voz del cielo al agua y la paloma-
tu cuerpo es el torreón que se desploma
sin rendir armas ni lanzar lamento.

Como una profecía, el juramento
de dar tu sangre por la patria, asoma.
Era el martirio un ámbar en redoma,
cristal herido, fiel presentimiento.

Nos dejas las honduras y las galas
de esas lecciones que en tu voz tañían,
los libros del combate jubiloso.

Y un abril por el sur nos dejas alas
que el invasor dedujo que tenían
la fuerza de tu verbo victorioso.






Genta o el amor a la Patria




Discurso pronunciado por Miguel A De Lorenzo, el 20 de octubre de 2004 en ocasión del XXX Aniversario de la muerte de Jordán B. Genta, en el Instituto de Filosofía Práctica de la Ciudad de Buenos Aires

No me es posible ahora, como no lo ha sido a lo largo de estos treinta años, hablar de Genta sin un estremecimiento interior.
Pensándolo un poco esta turbación tiene algunas causas evidentes. De entre ellas la clara desigualdad entre el que habla y el homenajeado, sin otra virtud a la vista de nuestra parte, para estar en este lugar, más que la de haber participado durante algunos años de la cátedra de filosofía y política, con base en la calle Céspedes y alargada fecundamente en tantos lugares de la patria. Claro que, bien visto, esto, lejos de constituir mérito alguno fue, en todo caso, privilegio y el privilegio todos lo sabemos nos hace a un tiempo partícipes de un don e insalvables deudores del bien recibido.
Homenajear a Genta no deja de ser un intento de restitución del descubierto de gratitud que tenemos con quien tanto nos ha dado, pero honrar a Jordán Genta es también dignificarnos al rozar aún lejanamente la singular nobleza del que honramos.
La historia muestra y la actualidad no hace sino ahondar a cada momento esta evidencia que la vida de las naciones, se eleva o decae por el lugar que asigna a sus muertos ilustres y muertos ilustres no son sino aquellos que han dedicado su vida a que la patria perviva fiel y soberana, manteniendo intacto el sentido épico en la vida de los pueblos, son los que han tomado de la nación, su tradición esencial y su historia verdadera y sobre esos valores construyen fervorosamente el presente.
Para hablar de todo esto nada como esa manera impar de apoderarse de la realidad hasta convertirla en una representación trascendente y bella que es la poesía. Lo intentaremos esta noche especialísima, a través de dos de sus mayores representantes latinos Virgilio y Dante. Ellos conjugan el amor a la patria, lo heroico y lo magnífico, la distinción, la ironía la verdad y el dolor. Hay -lo veremos enseguida- inquietantes simetrías entre esos libros inmortales y la obra de Genta paráfrasis luminosa y personalísima de la sabiduría que permanece. Tal el caso de Virgilio, el que con una sensibilidad y dominios poéticos perfectos toma los acontecimientos del pasado recreándolos en una épica sin par, porque el entiende que solo en las tradiciones y en la valoración histórica puede sustentarse el presente y madurar el futuro.

Recordemos por ejemplo el libro undécimo de la Eneida; Eneas luego de la batalla primero agradece a los dioses por el triunfo, y de inmediato el deber le indica enterrar a sus muertos. En la ceremonia de las honras fúnebres instruye a los soldados refiriéndose a los caídos, de modo que en adelante los muertos en el combate merecerán el gesto reverencial destinado a los héroes de la patria: “Id, relata Virgilio, rendid los honores supremos / a esas egregias almas / que a costa de su sangre / nos ganaron la tierra de esta patria”.
La veneración nacional a los patriotas, al sacrificio de estos hombres, nos habla en primer término de pueblos capaces de admirar la grandeza. Pueblos que en un momento pueden silenciar el barullo cotidiano o acabada la batalla quedamente inclinarse ante la abnegación de los próceres, es decir ante quienes entregaron todo sin recibir nada, ni pedir nada.
Allí, entre esas gentes, permanece intacta la idea de la unidad nacional basada en un amor común, como claramente escribiera San Agustín, tanto más grande será ese pueblo cuanto mayor sea el amor que lo una; amor que hará de esa patria una realidad indestructible aún en la adversidad y el infortunio. Es deber primordial del jefe como poéticamente relata Virgilio sepultar con veneración a esos héroes, pero esa solemnidad tiene otra significación, es al mismo tiempo la incorporación de los hechos de esos hombres y de sus nombres a la historia de la patria. Porque las naciones que los olvidan o las que por el contrario recuerdan o admiran a los rufianes tendrán en todo caso ese dudoso destino avasallado y mísero de las colonias.
No es casual y a pocos puede escapar, que tanto tilingo ande hoy escribiendo no ya una historia falsificada a designio, hecho de por sí trágico, sino un relato falaz y novelado cuyos protagonistas son hombres vulgares, donde no hay ejemplo, ni vidas ejemplares, destinada a los argentinos ignoren lo que el heroísmo significa, y la vida del hombre se reduzca en todo caso al culto a la globalizada madre tierra, y al cumplimiento del nuevo decálogo, una religión panfletaria con dioses de utilería, como para desterrar lo más definitivamente posible toda auténtica mirada hacia lo alto. Es el inmanentismo de los tiempos, sin verdad y sin metafísica, como lo propone la filosofía de la posmodernidad valga el ejemplo de Carnap en su Sintaxis lógica del lenguaje, hay crear -decía- un modo de hablar, donde la sola formulación metafísica fuese imposible.
Genta veía en esto un hecho atroz. La defensa de la historia verdadera de la Argentina tenía para Genta una trascendencia categórica. Si nos cambian la historia es porque quieren arrebatarnos la patria decía Jordan. Hoy que el proceso de falsificación ha superado cualquier límite, vemos como vaciada de sus tradiciones y sus hazañas, degradada casi toda nobleza, quitada la trascendencia el pueblo argentino quedaría reducido a dos o tres exponentes el consumidor, el desocupado, siempre el votante,
Homero lo plantea en La Odisea: “¿De qué tierra llegó? / ¿Qué país por su patria proclama? / ¿Donde tiene el linaje? ¿Donde los campos paternos?” Como vemos, para Identificar a un hombre o a un pueblo desde la antigüedad perduran llenos de sentido los mismos interrogantes sobre los orígenes, las tradiciones, o las culturas que los cobijaron.
A propósito de tergiversarnos la historia una antigua copla norteña dice: "Así se escribe la historia / de nuestra tierra, paisano / en los libros, con borrones / y con cruces, en los llanos".
El amor por la patria, en Genta, impregnaba todos los hechos de su vida. Era, en esto un centinela sin claudicaciones y sin espacio para lo accidental o lo fortuito. No había vehemencias equívocas en Genta, era un doctrinario de los grandes temas nacionales y para estos disponía de un fervor potentísimo y dichosamente contagioso.
La soberanía, la vida virtuosa y digna del pueblo, la justicia y la libertad, el trabajo y la cultura, la unidad nacional y la religión aparecían en algún momento de sus clases porque siempre había un puente cruzado entre la filosofía, la religión o la poesía y las cuestiones esenciales de la política nacional. La suya era simplemente la doctrina evangélica, proclamando la unidad de los hombres en el amor y la verdad como lo relata Mateo en el evangelio: "todo reino dividido contra si mismo será desolado y toda ciudad en sí dividida, no subsistirá" (XII, 25). Difícil concebir el abismo que separa esa Argentina enraizada en el mensaje de Cristo que era la del profesor, con esta en que ahora vivimos bajo el signo del odio o más precisamente gobernados desde el resentimiento, forma de la maldad que apunta a la destrucción de la comunidad no tanto por haber sufrido daño el resentido sino en cuanto advierte que otro posee bienes que a él le fueron negados.
Sólo un ruso de la dimensión de Dostojewski pudo haber escrito en demonios y sin haber conocido la Patagonia austral sobre un personaje con estas características, tal el caso de Pjtor Stepanowithch ser fronterizo del satanismo, un sombrío experto en infamias..
Claro que, volviendo al evangelista, Mateo no se refiere sólo a lo que nos divide de los enemigos. No. En esta larga disputa contra los enemigos de la patria ha triunfado menos el adversario que las propias particiones y discordias del nacionalismo.
El viejo Lugones, una vez en medio de una tremenda crisis interior confesó de un modo que estremece: "me hallé ante la nada, y retrocedí". Pues bien Es casi innecesario repetir que estamos ante la nada nacional, entonces ¿por qué no hacer retroceder a la dispersión, a los alardes, a la fragmentaciones, que nos tienen vencidos y ensayar otra cosa?
Genta conocedor de la naturaleza humana como pocos, insistía en aquello de poner al lado de la necesaria rigidez en los principios la más sincera buena voluntad hacia las personas.
Algo así como doce siglos pasaron hasta que en la Divina Comedia Dante elige a Virgilio como guía en uno de los recorridos por la trascendencia y el misterio más altos que haya podido realizar el genio humano.
Tal vez sea oportuno recordar que Dante conoció las asperezas del exilio. Durante casi treinta años fue expulsado de Florencia perseguido más por la acrimonia y el resentimiento que por la justicia. Su ilustre antepasado Cacciaguida que aparece en el Canto XVII del Paraíso le vaticina el alejamiento forzado de su tierra cuando le dice: “Tu dejarás las cosas más queridas / y ésta es la primera flecha que lanza el arco del exilio / tu probarás cuan salado sabe el pan ajeno / y qué duro resulta subir y bajar las ajenas escaleras”.
Por su parte Genta conoció otro exilio, diverso en la forma, aunque no menos rudo que el dantesco. El profesor soportó el exilio en su propia tierra confinado, digamos así, en una red implacable de silencio interior. Genta en su patria era una palabra de connotaciones terribles, que se pronunciaba entre medias voces y silencios cómplices, sospecho que aún hoy lo sigue siendo. Un hombre que no podía enseñar en las universidades de su país, para quien no había prensa ni editoriales, ni entrevistas que pudieran difundir sus ideas. Hay no pocas semejanzas en ambos destinos, unidos ambos por el amor a Dios y a la patria fueron perseguidos por esas preferencias el primero, al no poder regresar por décadas a Florencia, el segundo amordazado desde su conversión y hasta su muerte. Pero reparemos en que Genta no fue solo democráticamente excluido. Los gobiernos militares jamás convocaron al Profesor. En un discurso sobre las armas de la patria el 30 de junio de 1943 en el Círculo Militar Genta expone sobre el sentido de las instituciones militares de la Nación; allí en ese texto al que llamaría glorioso habla de su admiración por la heroica misión fundacional del General San Martín y en consecuencia hacia las armas de la patria herederas de la diáfana nobleza Sanmartiniana. En ese discurso hay entre tantas, una línea única, casi mágica que lo dice todo: el Ejército de los Andes fue la primera certidumbre de la patria, la primera certidumbre. En épocas de relativismos y opiniones, Genta establecía certezas, la primera el Ejército de los Andes. Luego y en todas las circunstancias de su vida corroboró este mismo pensamiento sobre las instituciones armadas.
A pesar de todo esto, y salvo honrosas y valiosas excepciones, los militares escucharon otras voces, no se animaron a ensayar con la verdad.
Contrariamente a la advertencia, a pesar del entrevisto sufrimiento, Cacciaguida igualmente impulsa a Dante a proseguir con la proclamación de la verdad y el testimonio, dado que la comedia era más, mucho más que una bella forma poética: "Remueve, sin embargo, los embustes, / tu visión, en un todo manifiesta / y deja que se rasquen los sarnosos / Este, tu grito, hará como hace el viento / que las más altas cimas sacude / y esto para el honor no es poco tema". Chesterton, se refiere de manera semejante a la conmoción que provocará el Evangelio cuando dice que el Hijo del Dios no traerá la paz, sino que se ha de adelantar con sable penetrante. Lo cual es cierto, - asegura Chesterton - aún en su sentido más literal, porque todo el que predica el verdadero amor tiene que engendrar odios. El fingido amor acaba siempre en transacciones y filosofías vulgares; mientras que el amor verdadero ha acabado siempre con sangre. La muerte de Jordán Genta como la muerte de Carlos Alberto Sacheri son impiadosas comprobaciones -aún irredentas- del aserto chestertoniano y también nos evocan una Argentina tan áspera y oscura, que cuando ya no sabía como callar a esos que descubrían sus fealdades y podredumbres, entonces los asesina.
Cloosterman el héroe francés lo escribió en una conocida carta a los pilotos de Malvinas: "el mundo cree solamente en las causas cuyos testigos se hacen matar por ella".
Es que algo había en ambos que era lo mejor de lo Argentino. Sus muertes fueron, un puro desvelo de amor por la patria ensangrentado por el odio. Ejercía en ese entonces el poder del estado un gobierno democrático, una inmundicia que con variantes formales perdura hasta el presente y que aún no podemos limpiar, acaso porque hemos demorado el comienzo de la gran tarea, pero esos mártires - que eso fueron Genta y Sacheri - que proclamaron fidelidad a Cristo y a su Iglesia hasta la muerte, que aceptaron morir antes que traicionar a Dios y a la patria y que, acaso en sus altos silencios nos estén hablando, nos estén proponiendo el rescate de nuestra nación, de la argentina que está oscilando visiblemente en los límites mismos de la derrota.
¿Será ese el sentido de sus martirios?
Por lo pronto, sabemos que no es nunca casualidad, porque no nace en determinado lugar un mártir por casualidad.
Eliot afirma que su aparición solo depende de la voluntad de Dios, de su amor a los hombres y para nada de la voluntad humana porque el mártir es aquel que ha llegado a ser instrumento de Dios, es quien ya nada desea para si mismo, ni tan siquiera la gloria del martirio.
Genta se convierte al catolicismo a los 33 años. Desde entonces lo acompañaron sufrimientos, persecuciones y mucha soledad, conoció la cárcel y la muerte en martirio. Apartado del último cargo público docente, fue por sobre todo, motivo de alejamiento, las instituciones católicas no fueron la excepción, es conocida la anécdota de Castellani que luego de una larga recorrida por los institutos católicos buscando, sin éxito, trabajo para Genta aparece un día en la casa del profesor con un billete de lotería. Jordán - le dice Castellani - es todo lo que pude conseguir para usted, espero tenga suerte.
El patriotismo, el amor obrante por la patria, la acción, mueve continuamente a los personajes de la Comedia: “ven a ver a tu Roma que solloza / viuda, abandonada y sola / y te llama día y noche”.
Chesterton también es desvelado por el patriotismo activo cuando afirma: “Los hombres comienzan por honrar su sitio y después van ganando gloria para él. No amaron a Roma por grande, no. Roma se engrandeció porque supieron amarla”. Dante, acudamos una vez más a él, reservó en la comedia los sitios más atroces del infierno, el octavo y noveno círculos, para los falsarios y los traidores, aquellos que habían mentido o traicionado a sus amigos, a la patria, o a Dios, algunos pensarán que esto es teología y poesía, en todo caso ficción, puede ser, la que seguro no es literatura es la justicia divina donde habrá que dar cuenta. En este sentido no es bueno olvidar al diario La Nación que tanto ha contribuido a destruir a la cultura nacional y a estupidizar y a confundir a los argentinos; hace poco en una extensa nota afirmaba que la policía mendocina dedicada según el diario a poner bombas en los colegios a secuestrar y a torturar había sido entrenada por el profesor Genta. En fin ustedes verán y no llevo novedad en esto, adonde la perversión, la compraventa de opiniones y la mentira a designio de editores y periodistas han llevado al país al cabo del tiempo. Pero entonces podría alguno preguntar que era aquello tan terrible en Genta que lo había apartado irremisiblemente de la Argentina oficial y exterior. La respuesta aparece sin dificultad y empezamos a formularla hace unos momentos, pensemos en un hombre que siendo la promesa del anticristianismo, abandona el error y proclama desde ahí y para siempre, nada menos que el lema de san Pío X: hay que restaurar todo en Cristo, incluyendo naturalmente a la patria; nadie lo dude. ese tal se convertirá en enemigo y como tal será calumniado y perseguido. Fue Genta, acusador implacable del liberalismo, del marxismo y de los populismos que degradan al hombre, un patriota que señaló la conspiración anticristiana de la masonería y que demostró las razones por las que el método democrático en manos de la partidocracia y el poder del dinero significarían la desolación de la nación.
Reparemos por un momento que veinte años de exultante, de pura democracia han logrado la crisis política económica y social más grave de la historia argentina, han corrompido y demolido las instituciones y han degradado y ensombrecido la vida de los argentinos de todas las maneras posibles y hasta idearon algunas otras solo imaginables en un comité de transversales, al cabo, uno de cada dos argentinos vive en la miseria. La Provincia de Buenos Aires lleva 17 democráticos años usurpada por el mismo partido, el que se dice gobernador declaró que el suyo es territorio de las drogas y de los secuestros y de la muerte, que no puede con la seguridad, que la justicia es una abstracción, y que la salud pública ha colapsado, y no mencionó a la educación porque la desconoce, esto es, que por propia boca el gobernador juzga su gestión como completa y definitivamente inútil, pues bien, nobleza obliga, nosotros le creemos al gobernador. En fin al profesor a lo largo de su vida lo han acusado de casi todo más que nada de antidemocrático y en esto tal vez por única vez no han mentido, a la vista veinte años de pura democracia que han hecho de la Argentina un crepúsculo sombrío le han dado razón en haber abominado de la partidocracia hoy reinante
Genta veía que el poder del dinero y la demagogia impulsaba hacia un mundo atroz; reparemos en la fecha: 1943. Decía el Profesor: “el que viene será un mundo sin fronteras nacionales ni grupos exclusivos, sin Dios definido ni banderas de guerra, donde todo sería común entre hombres comunes y no habría que soportar humillantes jerarquías ni voces escogidas; donde no habría que detenerse ante los límites del pudor ni clausuras de intimidad".
Pero nunca, ni en las zozobras personales ni en las mayores tormentas de la patria abandonaba la esperanza y lo recuerdo una y otra vez con la mano hacia arriba y abierta diciendo de memoria al Péguy que tanto amaba que es también el de la pequeña pero inconmovible esperanza.
Pero mencionar a Péguy y hablar de Jordán es nombrar a Lilia su mujer; ella que generosamente nos reveló la armonía y la belleza de Péguy, de Berceo, de Valery, de Gerardo Diego, de los poetas malditos, de Jiménez... que nos encendió el alma con sus letanías de la Santísima Virgen, que compartió con amor un alto destino áspero y luminoso y a quien mucho quisimos. A los nacionalistas hoy y con argumentos válidos, acaso nos haya abrumado cierto fatalismo, o pudiéramos decir una quietud fatal, no creo errar al pensar que Jordán no lo compartiría. Tampoco Virgilio daría conformidad a esta visión desalentada de audacia, pues ya escribió una vez: Que la esperanza, preceda siempre al combate.
Durante 59 años, con la gloriosa excepción de la guerra de Malvinas no he conocido - y esto muchos lo compartirán - a la Nación Argentina de pie. "Sobre tus ruinas, patria, yo he crecido / Llegué a ser hombre y solo tus despojos/ solo tu sombra, es lo que he conocido”. Dice justamente Jorge Vocos Lezcano en el Canto a La Argentina.
Y aunque el tiempo es de miserias, no esta escrito en ningún lado que lo nuestro, que el nacionalismo, deba desear el fracaso. No hubo tibieza en el profesor Caturelli cuando escribió: "Recemos sí por la paz, pero ante todo debemos rezar por la victoria". Y ya se sabe por la victoria hay que combatir. Al entrar en el primer círculo del infierno, y con esto termino, Virgilio le señala a Dante algunos de los espíritus que lo habitan, empezando por Homero - el primero- seguido por Horacio, Ovidio y Lucano. Se trata de los grandes poetas en el orden de preferencia del Florentino. También esta allí Platón. Y otro grandes espíritus, Al verlos en el limbo, donde están los que no conocieron a Cristo y en esa triste condición ambigua, Dante se emociona hondamente y quiere demostrarle sobre todo a Virgilio que lo guía la veneración y el amor que hacia el tenía y entonces lo nombra de diversas amantes maneras, lo llama, más que padre, y hasta utiliza -cosa que hace muy pocas veces en la comedia- el superlativo, al llamarlo: altísimo poeta; pero hay una expresión, para nosotros al menos, bella y perturbadora que es esta: Dime maestro mío, dime señor. Pues bien, esta noche, pasados treinta años de su muerte, no encuentro otra palabra más justa, poética, precisa, y por cierto verdadera de llamar a Jordán Bruno Genta que pospuso sus dones para enseñarnos a amar a la patria y a servirla para el bien común, no encuentro otra -digo- que no sea la de maestro. De igual modo sucederá, aunque no sé como y sospecho que tampoco cuando, pero sí que es nuestra responsabilidad y nuestra tarea pendiente hacer llegar próximo el momento en que una Argentina restaurada en Cristo, lo nombre precisamente como señor; maestro y señor de la Patria.

domingo, 4 de octubre de 2009

Reseña Biográfica


I. Nacimiento, familia, primeros años

Jordán Bruno Genta nació en Buenos Aires, el 2 de octubre de 1909, festividad de los Santos Ángeles Custodios. Pero la familia en cuyo seno vio la luz estaba muy lejos de asociar dicha festividad con el nacimiento de su segundo hijo varón. En efecto, el padre, Carlos Luis Genta, era un ateo empedernido, anarquista más por modalidad que por ideología, anticlerical impenitente. Admirador de cuanto heresiarca famoso registraban sus conocimientos de historia, le impuso a su hijo el nombre de Jordán Bruno, en homenaje a Giordano Bruno, el monje herético que acabó sus días en la hoguera. Huelga decir que ni Jordán Bruno ni sus otros dos hermanos recibieron el bautismo. Este llegaría bastante más tarde cuando, ya adultos, cada uno pudo bautizarse según diversas circunstancias y por caminos distintos.
De la madre, Doña Carolina Coli, no tenemos demasiados datos. Sabemos, sí, que era una mujer de singular belleza, muy enferma y que murió joven a causa de una enfermedad del corazón. Buscando un clima más benévolo para la salud de la madre, la familia se trasladó a Mar del Plata. Pero el mal era, por entonces, incurable y el final previsible no tardó en llegar. Jordán Bruno contaba sólo trece años a la muerte de su madre.
Carlos Luis era el dueño de una pastelería que funcionaba en la misma casa de la familia, en la calle Malabia, del barrio de Palermo, en la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En algún colegio de esa zona hizo Jordán sus estudios primarios. La Escuela Secundaria, en cambio, la cursó en el Colegio Nacional Mariano Moreno, célebre por la proverbial rebeldía de sus alumnos. Allí tuvo como celador alumno (lo adelantaba en un año) al que, con el tiempo, sería Presidente de la Nación, Arturo Frondizi; pero éste, en aquellos años juveniles, era un fervoroso militante del Partido Comunista (al igual que sus otros dos hermanos, Silvio y Risieri) que adoctrinaba a sus alumnos distribuyendo entre ellos una profusa y lujosa propaganda comunista proveniente de la por entonces recientemente creada Unión Soviética.
No puede decirse que Jordán haya sido un excelente estudiante secundario. Él mismo, siempre que se presentaba la ocasión, se encargaba de subrayarlo a sus amigos y alumnos recordando, no sin cierta picardía y fresco regocijo, las travesuras estudiantiles que incluían, de rigor, frecuentes “rabonas” y escapadas a lugares de diversión o a partidos de fútbol.
Aquellos años de la secundaria fueron, sin duda, particularmente difíciles. La ausencia de la madre, la singular ipersonalidad del padre, el carácter retraído y poco comunicativo del hermano mayor, el no menos difícil de la hermana, no aseguraban ni una infancia ni una adolescencia felices. La vida familiar transcurría, pues, en un ambiente en el que la alegría no abundaba. Sin embargo, nada de esto resintió el carácter de Jordán que, tal vez a modo de compensación, adquirió y mantuvo durante toda su vida, una alegría vital y entrañable, desbordante y contagiosa, que fue uno de los rasgos sobresalientes de su fascinante personalidad. Con esa alegría -asumida, a su tiempo, por la gracia- dictó no pocas de sus mejores lecciones de maestro cristiano.

II. El estudiante universitario

Al finalizar los estudios secundarios, ya asomaban en Genta los rasgos de su carácter: una inteligencia poderosa, una pasión inflamada y una fuerza de liderazgo que cautivaba a quienes se acercaban a él. Por aquella época lo atraían tanto el ideario marxista cuanto su praxis. Así ingresa en la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Estamos alrededor de los años 1926, 1927.
Por aquel entonces, la enseñanza universitaria se ajustaba estrictamente a los cánones del positivismo científico más radical. No obstante, se ha de señalar que desde 1910, y en el marco de un creciente cuestionamiento de los postulados del positivismo cuya crisis se hacía insoslayable, había entrado en escena una generación (la Generación del Centenario) que evidenciaba otro tipo de preferencias espirituales. Tal vez, esta nueva generación pueda ser denominada como la de los “humanistas” que iniciaron una reacción frente al positivismo, reacción que, de todos modos, no comenzará a hacerse sentir, verdaderamente, sino hasta después de 1918.
Sin embargo, este antipositvismo (que reconoce figuras señeras como Alejandro Korn y Coriolano Alberini para citar sólo a los dos que tuvieron decisiva influencia en la formación de Genta) no daba el “clima” de la Universidad. Ésta continuaba sumida, en general, en la chatura de una vida académica adocenada y convertida, en definitiva, en la “universidad profesionalista” mera proveedora de títulos profesionales sin cuidado alguno por la formación de hombres verdaderamente cultos ni, menos aún, de profesionales con una auténtica dimensión sapiencial de sus respectivas disciplinas.
Genta ingresa en la Facultad hacia el final del primer Decanato de Alberini quien vuelve a ocupar ese cargo en los años finales de la carrera de nuestro estudiante. Asiste a las clases del maestro. Muy pronto, su personalidad lo atrae irresistiblemente. Este encuentro resulta para él decisivo; y no sólo en lo atinente a la formación académica. Tal vez Alberini no lo supo nunca, pero él fue el primer hito en el admirable camino de la gracia que aguardaba a aquel joven estudiante universitario y que lo llevaría, en la fe y en el martirio, a la plena comunión con Jesucristo. Genta, que había ingresado ateo y marxista a la Universidad, abandona por completo el marxismo al egresar de sus aulas hacia fines de 1933. Fue éste el primer “golpe” de la gracia y Alberini su magnífico y providencial instrumento.
Fue en esta época que Genta conoció a una condiscípula, María Lilia Losada, joven estudiante, hija de una familia española tradicional y católica, de quien se enamoró perdidamente y para siempre. Al finalizar los estudios de grado, se casaron, en Buenos Aires, el 15 de febrero de 1934, en condiciones más que precarias pues él, enfermo de tuberculosis avanzada, se vio forzado a retirarse a las sierras de Córdoba (único remedio por entonces conocido para tan grave mal) y ella, abandonados sus estudios, lo siguió dispuesta a sostener la nueva casa con el magro sueldo de maestra rural.

III. El retiro serrano. El descubrimiento de la Filosofía Clásica. El primer magisterio.

Bialet Massé es una pequeña y pintoresca localidad situada en las serranías cordobesas, próxima a la ciudad de Cosquín, en las inmediaciones del lago San Roque. En la década del 30 era solo un puñado de casas y unas cuantas manzanas que se extendían entre la Ruta Nacional 38 y la actual calle Malvinas Argentinas; que por ese entonces era un canal de riego que traía el agua desde la Toma y regaba las quintas cercanas al río y la estancia Santa Ana. Todavía hoy, el viajero que se aventura por estos lugares puede observar, desde la carretera, en lo alto de los cerros, las viejas edificaciones donde funcionaron, durante muchos años, los hospitales especialmente construidos para los enfermos de tuberculosis pues el particular aire de la zona poseía -o se le atribuían, al menos- grandes virtualidades curativas. Fue aquí, precisamente, en el marco de un paisaje bucólico y en medio de la calma pueblerina, donde se instaló el joven matrimonio Genta tras una muy breve estancia en La Calera, una villa vecina.
Poco más de un año duró este retiro serrano. Fue un tiempo decisivo en la vida de Genta. Durante el largo y obligado reposo se sumergió en la lectura de los clásicos, especialmente, Platón y Aristóteles. Huelga aclarar que en aquella Universidad de su primera formación, ambos filósofos eran desconocidos e ignorados: la filosofía, en el mejor de los casos, comenzaba con Kant.
A la vez que su salud se restablecía, las lecturas le abrían, paulatinamente, un universo desconocido y fascinante. Crece su entusiasmo. Poco a poco, casi imperceptiblemente, se va operando en él una extraordinaria conversión intelectual. Restablecido por completo, hacia principios de 1935, marcha a Paraná donde inicia su carrera docente en la Universidad Nacional del Litoral y en el Instituto Nacional del Profesorado de Paraná. Dicta allí las cátedras de Lógica y Epistemología, Crítica del Conocimiento, Sociología y Metafísica (todas ellas ganadas por concurso de oposición y antecedentes). De esta época son los primeros trabajos: Sentido y crisis del cartesianismo (1937), Los problemas fundamentales de la Filosofía (1938), Sociología Política (1940), Curso de Psicología (1940), La sociología y la política en Hegel (1941). En todos ellos resalta lo que podemos llamar un pathos metafísico, una vehemente y robusta reivindicación de la Metafísica. Es en estos años que lee la obra del filósofo francés Jacques Maritain, Distinguir para unir o los Grados del Saber, a la que dedica un comentario bibliográfico en el que puede leerse: “En esta obra actualísima culmina un movimiento renovador y se retoma el hilo de la meditación rectora de Occidente, ya dos veces consumada en Aristóteles y en Santo Tomás. El vigor perenne de la filosofía realista se evidencia, tanto en su fuerza asimiladora y progresiva, cuanto en su resistencia victoriosa a todas las negaciones del idealismo y del materialismo” (Maritain y la rehabilitación de la inteligencia, copia fotostática sin mención de fuente ni fecha; circa 1939). El camino hacia el pleno encuentro con el Doctor Angélico ya se ha iniciado y no tendrá, de ahora en adelante, pausa alguna.

IV. La Fe y la Patria

Junto con esta notable transformación intelectual, que en Genta se cumple por una vía estrictamente filosófica, se va dando otra transformación, más ésta de carácter sobrenatural porque tiene que ver, directamente, con la obra de la gracia. Es en Paraná, en efecto, donde se pondrá en contacto con singulares personalidades del clero católico local, con lo que dará comienzo el largo proceso de conversión religiosa. Son años fecundos, de progresiva maduración intelectual y religiosa: en 1940 recibe el Bautismo; ese mismo año, hace su matrimonio por la Iglesia.
Pero la Fe Católica llega unida al amor a la Patria, a la Argentina histórica. Conoce la verdadera historia argentina gracias a la lectura de los autores revisionistas cuyas obras descubre en la biblioteca del que fue su eminente y dilecto amigo de esta época, el Dr. Álvarez Prado. Y así, a la par de su conversión a la Fe, se va dando su conversión política que lo liga, para siempre, con la corriente doctrinal del Nacionalismo católico del que llega a ser, con el tiempo, maestro y guía.
Son aquellos, años decisivos, grávidos de acontecimientos internacionales que repercuten fuertemente en nuestro país. La Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, después, van condicionado la política nacional. La oposición entre los partidarios de la entrada argentina en la guerra y los que se oponen a ella, en pro de la neutralidad, tensiona de tal manera la política interna que la estabilidad del gobierno constitucional entra progresivamente en crisis. La salida militar aparece en el horizonte. En estas circunstancias inicia Genta una relación estrecha con las Fuerzas Armadas. En 1941 pronuncia, en el Círculo Militar de Buenos Aires, una célebre conferencia, La formación de la inteligencia ético-política del militar argentino, verdadera pieza antológica de una educación castrense centrada en las virtudes heroicas y en la imitación de los grandes arquetipos guerreros. En 1943, ya producido el movimiento revolucionario del 4 de junio de ese año, vuelve a disertar en la misma tribuna, esta vez con una conferencia sobre La función militar en la existencia de la libertad, que reafirma la misma línea doctrinal de la anterior. La educación militar fue una preocupación constante de Genta: sin duda, ella tiene en estas dos piezas oratorias, su punto de partida.
El Gobierno instalado a raíz del antedicho movimiento militar lo designa Rector Interventor en la Universidad Nacional del Litoral. Su gestión fue breve y estuvo signada por grandes conflictos y duros enfrentamientos con los grupos más radicalizados de la izquierda universitaria. Quedan, como testimonios de este paso por la función pública, una serie de escritos, recogidos, después, en un volumen, Acerca de la libertad de enseñar y de la enseñanza de la libertad (1945) donde se contienen las grandes líneas del pensamiento pedagógico de Genta.

V. Retorno a Buenos Aires. Ostracismo y segundo magisterio

Al cesar en su cargo de Rector Interventor de la Universidad Nacional del Litoral, en mayo de 1944, Genta clausura el ciclo iniciado en 1935 al que hemos denominado su primer magisterio. En esa fecha se traslada a Buenos Aires donde asume el Rectorado del Instituto del Profesorado Secundario, el 6 de junio de 1944. En la ocasión pronuncia un discurso, Misión del Profesorado Argentino, otra notable pieza en la que señala la urgente necesidad de restaurar la inteligencia de los docentes argentinos, afirmándola en el cultivo de la sabiduría perenne. En agosto de ese mismo año inaugura la Escuela Superior del Magisterio, tal vez la más importante de sus realizaciones pedagógicas.
Pero los acontecimientos políticos no son favorables para Genta. Su enfrentamiento con las autoridades del Gobierno militar se acentúa de manera vertiginosa. El 2 de abril de 1945, al inaugurar el año lectivo del Instituto, un grupo de provocadores, al servicio del gobierno, intenta interrumpir el acto académico. Si bien no alcanza su propósito, el objetivo central está logrado: apartar a Genta de todo cargo oficial. En mayo de ese mismo año el Gobierno dispone, por decreto, la cesantía de todos los cargos docentes. Se inicia, de este modo, un largo ostracismo que, con algunas variantes, se mantendrá hasta la muerte.
Pero curiosamente, es en este ostracismo donde Genta va a cumplir su segundo magisterio cuya fecundidad y riqueza admiran. Tras un fracasado intento de fundar una Universidad privada, la Universidad Libre Argentina, se recluye en su casa donde funda una Cátedra Privada de Filosofía. La lección inaugural de esta Cátedra, dictada el 15 de abril de 1946, lleva por título Rehabilitación de la inteligencia. A esta época corresponden sus obras más maduras y meditadas: El filósofo y los sofistas, La Idea y las ideologías, que recogen los cursos sobre Platón (tres años); siguen los Cursos sobre San Agustín (tres años), recogidos en varios escritos no publicados; finalmente, la Lectio, sine die, de Tomás de Aquino. No son ajenas a este período algunas publicaciones históricas: La Masonería en la historia Argentina (1949), Correspondencia entre San Martín y Rosas (1950), San Martín, doctrinario de la política de Rosas (1950) y otros escritos y opúsculos de diversa temática. En 1950 funda el periódico Vita Militaris, de franca oposición al Gobierno, del que sólo se editan ocho números. Producida la Revolución Libertadora, en 1955, funda otro periódico, Combate, cuyas ediciones cesaron en 1967.
Durante este segundo período de su magisterio se va completando su conversión religiosa. En 1950 recibe, por vez primera, la Eucaristía sellando, así, su encuentro personal, definitivo, con Jesucristo por cuya Gloria y Reinado batallará y vivirá hasta el último día.

VI. La Guerra Revolucionaria. El último magisterio

Al iniciarse la década de los años sesenta aparece en la escena política argentina un fenómeno singular, la Guerra Revolucionaria, fenómeno convulso y sangriento que se extenderá por espacio de casi veinte años. Este acontecimiento imprime un giro en la vida y en la obra de Jordán B. Genta.
Hemos visto de qué modo la Fe y la Patria se hicieron en Genta un solo amor desde el comienzo mismo de su conversión. Toda su tarea filosófica estuvo, desde siempre, unida indisolublemente al compromiso, militante, por la Argentina. Fue un filósofo en el más estricto y propio sentido del término, y fue, por sobre todo, un filósofo cristiano; su periplo intelectual, lo hemos visto, testimonia el itinerario intelectual de una mente filosófica que busca la verdad hasta llegar, por último, a la Verdad Encarnada. Pero por imperio de las circunstancias, movido por un ejercicio poco usual de la virtud del patriotismo, abandonando en cierto modo la tranquilidad de la vida académica, no tuvo reparos en descender a la arena política toda vez que la Patria se lo reclamara. A decir verdad, este reclamo de la Patria -al que respondió con singular solicitud por su salvación y por su supervivencia- se acentuó y se hizo dominante en los años de este tercer período de su magisterio.
Por cierto, nunca abandonó la vida contemplativa; por el contrario, ella se fue acentuando y enriqueciendo porque la acción política de Genta se nutrió, siempre, de la contemplación. En este sentido fue la suya un modelo de vida mixta, en todo conforme a la enseñanza del Doctor Angélico. Pues bien; hay en este magisterio último una preocupación central por el comunismo, inspirador y ejecutor de la Guerra Revolucionaria. Fruto de esta preocupación es su importante obra Libre examen y comunismo (1960) donde analiza, en su raíz teológica, el fenómeno comunista: “el comunismo marxista -escribe- se reduce a una cuestión religiosa fundamental”. A medida que la guerra subversiva se intensifica, Genta advierte la necesidad de preparar, espiritual y doctrinariamente, a quienes son, por naturaleza, los guardianes de la Ciudad asediada. Las Fuerzas Armadas. A ellas van dedicados, de un modo casi exclusivo, los esfuerzos de este magisterio final. En 1964 ve la luz Guerra Contrarrevolucionaria (cuya redacción original en fascículos data de 1962), texto de formación política destinado a los cuadros de la Fuerza Aérea, primero, y a las otras armas, después. Al año siguiente, 1965, agotada rápidamente la primera, aparece la segunda edición. Al mismo tiempo se multiplican los artículos periodísticos cuyo número supera el centenar. En 1969 publica una Edición crítica del Manifiesto Comunista. Siguen Seguridad y desarrollo (1970), Principios de la Política (1970), la tercera edición de Guerra Contrarrevolucionaria (1971), El Nacionalismo argentino (1972) y, su último libro, Opción política del cristiano (1973). Son escritos de urgencia, redactados al correr de la pluma, con citas de memoria (era ésta prodigiosa), respondiendo al pedido apremiante de grupos civiles y militares que, de esta manera, procuraban llevar la palabra del Maestro a todos los rincones del país. Súmese, además, una actividad ininterrumpida de conferencista y los viajes continuos por el interior de la República; todo ello sin descuidar, desde luego, los cursos de filosofía que dictó hasta pocos días antes de su muerte.

VII. Últimas lecciones y muerte.

En el año 1974 se celebró el VII Centenario de la muerte de Santo Tomás. Fue ese uno de los años más trágicos de la historia argentina contemporánea. Un país en llamas. Sangre y fuego por doquier. Los asesinatos y los atentados terroristas eran cosas cotidianas. Comenzaron, entonces, para Genta las amenazas de muerte. Pero nada detuvo su actividad. Siguió enseñando y se preparó para contribuir a la celebración del Centenario del Angélico. En agosto de ese año viaja a la ciudad de Córdoba donde dicta una conferencia sobre Santo Tomás y la realidad nacional.
El clima político se torna, en los meses siguientes, cada vez más grave; las amenazas se intensifican: son “puntuales”, cada semana. El 26 de octubre, dicta su última conferencia, la misma de Córdoba. Alaba a Santo Tomás, modelo de Doctor cristiano. Exalta la vida contemplativa. Reivindica el sentido egregio y originario de la Universidad como el lugar propio de la inteligencia. Elogia la grandeza de los siglos cristianos. Evoca la Argentina heroica de la Confederación. Y concluye con estas palabras que son su testamento: “Lo que necesita un pueblo es Teología y Metafísica”.
A la mañana siguiente, último domingo de octubre, antigua Festividad de Cristo Rey, sale de su casa camino a Misa. Un comando guerrillero lo mata de once balazos. Cayó sobre el asfalto haciendo la señal de la Cruz.





sábado, 3 de octubre de 2009

A cien años del nacimiento de mi padre





Para compartir con algunas personas


Buenos Aires, a cien años de tu nacimiento, 2 de octubre de 2009

Querido Viejo:
Celebración de la vida. Si hay algo que compartí con vos es la celebración de todas las cosas que el Buen Dios nos regala en esta tierra para nuestro goce. “Mil gracias derramando/ pasó por estos sotos con presura/ y, yéndolos mirando,/ con sola su figura/ vestidos los dejó de su hermosura”. No gozarlas sería un desprecio a tantos dones.
Vos fuiste un maestro de la alegría, del gozo sensible: el agua que cantaba en los arroyuelos de Córdoba, la playa, el mar, la alegría, la risa, la buena compañía. Si hubieras sido un amargo enjuto, un desabrido, no hubieras tenido tanto a que renunciar cuando llegó la hora de ofrecer esa vida tan intensamente vivida. Tenía que ser por algo que valiera más que todos esos dones que tan bien supiste apreciar, que me enseñaste a apreciar.
Te agradezco, sobre todo, que me transmitieras el amor por la belleza, la pasión del amor entre el varón y la mujer. El amor pleno, expresado sin sombras de mojigaterías ni de pacatas renuncias a la pasión carnal
Te vi admirar la inteligencia de mi madre; la supiste elegir a tu misma altura. Pero te vi, también, cantar a sus ojos, a sus labios, a sus bellísimas piernas, a su figura toda; te vi, hasta el último día, besarla y abrazarla en público, ante la mirada atónita de alguno de tus amigos (creo que te perdonaban aún menos que la consideraras tu par intelectual pues no era común en los círculos en que nos movíamos). Recuerdo tu picardía cuando apuntabas que mamá recibía semejantes desbordes afectivos “halagada y ofendida”. Ella tenía que sostener su imagen de dama elegante y displicente; pero, ¡pobre de vos si hubieras renunciado a ese permanente homenaje! Ese amor tan singular entre vos y mamá fue regalo esencial, lo mejor de tu herencia para nosotros. Anda tan devaluado el amor que creo que la inmensa mayoría de los jóvenes ni tienen idea de lo que se trata.
Imposible no recordar la expresión desbordada, a tu manera, de todo lo que dije, en el festejo de tu último cumpleaños. Recuerdo bien ese día con Mario, los chicos, Tía Isolina, Amalia… Compartir el pan y el vino con vos era siempre una fiesta. Como ir al cine a ver a John Wayne o a Gary Cooper.
El próximo 27 de octubre evocaré el momento en que te despediste de estos gozos, de esas fiestas, para alcanzar la Fiesta de la vida eterna. Y eso lo hiciste a lo grande. Por Dios y por la patria por los que vale ofrendar la vida... “que no es una bengala para quemarla en fuegos de artificios”.
Hoy otros recordarán tu obra y tu pensamiento Yo quiero evocarte así.

Un beso

Tu hija Lis




María Lilia Genta

PRESENTACIÓN


El pedagogo del ¡O juremos con gloria morir!

En cierta ocasión, el Padre Leonardo Castellani, al dedicar a Jordán Bruno Genta un ejemplar de su libro Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas, estampó, con su letra tan inimitable como su talento: “A Jordán B. Genta, pedagogo del ¡O juremos con gloria morir!” Si se tiene en cuenta que, por entonces, Genta era todavía un joven profesor universitario, no es difícil advertir que la dedicatoria, además de justa, resultó profética. Pues no sólo, andando el tiempo, Genta mismo moriría con gloria -la gloria de los mártires- sino que todo su dilatado magisterio estaría dedicado, a la par que a rehabilitar la inteligencia argentina, a formar hombres (sobre todo soldados) capaces de morir con gloria. El ejemplo más notable fueron los pilotos de nuestra Fuerza Aérea en la Guerra de las Malvinas. No lo decimos nosotros: lo han dicho los propios ingleses.

Jordán B. Genta constituye un modelo auténtico de maestro cristiano. Fue un pedagogo; y un pedagogo de raza. Así lo atestigua un dilatado magisterio de más de cuarenta años que comenzó en la juventud temprana y culminó en la muerte, su última y más alta lección. Reunía en sus clases a multitud de personas de condición diversa que acudían atraídas por la claridad de su pensamiento, la riqueza de su doctrina y su personalidad cautivante. La palabra viva era el corazón y el centro de su pedagogía (la “pedagogía del verbo”, gustaba llamarla) pues conocía muy bien el poder arrebatador de la palabra sobre todo cuando ella es imagen del Verbo, del Logos Increado. Bebía en la fuente de los clásicos y daba a beber a sus alumnos el agua de esa misma fuente; por eso el texto fontal, directo, era el centro congregante de sus clases.

Pero la pedagogía de Genta no apuntaba sólo a la formación de la inteligencia (la “rehabilitación de la inteligencia en los hábitos metafísicos” y el ejercicio del “noble arte de las definiciones”, como solía decir) sino que se dirigía, además, a la formación entera del carácter en la imitación de los grandes arquetipos. El santo, el héroe, el poeta, el sabio: todo cuanto hay de eminente, de egregio, de expresión cabal de superioridad humana, lo ponía y lo proponía Genta en sus clases, convencido de la atracción irresistible que el arquetipo ejerce sobre las almas. Por eso su pedagogía fue, a la vez, pedagogía del verbo y pedagogía de los arquetipos. Pero puesto que Genta fue por encima de todo un maestro cristiano, su pedagogía no pudo ser sino cristocéntrica porque Cristo es el Verbo Encarnado y el Supremo Arquetipo.

Esta pedagogía tuvo, pues, en vista la formación de auténticas superioridades y jerarquías sociales e intelectuales, hombres y mujeres lúcidos, capaces de buscar, conocer y amar la verdad y dispuestos a defenderla mediante el testimonio, aún a costa de la propia vida. “Filosofar es aprender a morir” solía repetir con frecuencia.

Pero se ha de saber, también, que esta pedagogía -que en su ultima ratio apuntaba a la eternidad- tuvo, no obstante, una encarnadura temporal e histórica concreta pues ella no se entiende cabalmente sin su esencial referencia y ordenación a la Argentina, a su tiempo, a su drama y a su destino. Fue una pedagogía que abrazó, en síntesis admirable, dos amores: Cristo y la Patria.

Genta amó a la Argentina con un amor que él mismo no trepidó en calificar de “amor exacerbado” frente a la Patria en peligro extremo de disolución. Por eso, a medida que ese peligro fue incrementándose hasta alcanzar una magnitud insospechada en el escenario de la Guerra Revolucionaria que le fue impuesta al país desde afuera con la complicidad de actores locales, ese amor exacerbado alcanzó, también, su cima. Los años finales del magisterio de Genta son un testimonio vivo de esto que decimos. Sus escritos, sus conferencias, sus lecciones adquirieron un tono profético, un llamado apremiante a las fuerzas naturales de resistencia a las que convocó al combate en defensa de la Ciudad asediada.

A más de tres décadas de su muerte mártir, Genta resulta, hoy, más actual que nunca, en esta Argentina asediada, ya no por los ejércitos partisanos, sino, por las fuerzas oscuras de una disolución gradual y sostenida que va minando y corroyendo las almas y las instituciones.

Es esta hora de vela, de vigilia atenta. Estamos de guardia. Que la vida y la obra de Jordán B. Genta nos inspiren, pues, y nos ayuden a hacer realidad -si así Dios nos lo pide- la estrofa del Himno: juremos con gloria morir.